lunes, 18 de abril de 2016

A la Madre del Silencio



Amargura... Madre de Silencio que todo lo cura. Juan, discípulo amado que en este Gólgota conquense acompañas al Dolor. 
De azul celeste se llenan las calles de Cuenca para recordarte que no todo está perdido, que no estás sola. Todos somos Juan, ese amigo fiel que siempre te acompañará en tu camino de lágrimas... Y capuces blancos se arremolinan a tu alrededor para iluminar esas lágrimas amargas, lágrimas que, a tu paso, se convierten en flores blancas.

Coronada como una Reina, como sólo la Madre merece, avanzas con ese caminar elegante y sobrio que sólo tus queridos banceros pueden imprimir; banceros que aguantan con dulzura en sus hombros,  ya encallecidos de tanto consolarte, el dolor que te aflige.

¡Ay!, mi Amargura... ¡Cuánto dolor en ese corazón atravesado por puñal de oro!

Un manto de flores y estrellas te arropa. Y Juan, siempre a tu lado, te guía: "María, ahí van tus hijos, que con luces de tulipa iluminan tu camino".

Desciendes por Alfonso VIII siempre bajo la atenta mirada de tus fieles. Pero el destino está escrito, sabemos lo que va a ocurrir, pues Jesús ya ha sido entregado y despojado, humillado y coronado de espinas. Y nosotros, estos hijos de sangre celeste, te imploramos perdón y te acompañamos en tu pena.

¡Madre de Amargura, Reina de nuestro silencio, déjanos cargar con tu pena y acompañarte en tu dolor!

El Silencio de esta Cuenca nazarena avanza, las horas pasan y nadie ha podido consolarte. Acaba otro Miércoles Santo en el que cada uno de tus hijos carga, un año más, con uno de tus puñales... Y contigo se va un pedazo de nosotros cuando las puertas del Salvador vuelven a abrirse para despedirte hasta el año que viene...

7 dolores

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