viernes, 8 de abril de 2016

CRÓNICA DEL SANTO ENTIERRO 2016.


En torno a las 21:30 horas del Viernes Santo se abría la Puerta Santa de la Catedral conquense y con los toques de los tambores de la Banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías los primeros guiones de las hermandades que han recorrido el Gólgota conquense, salieron a la calle en un pasillo multicolor en dirección a  ese fúnebre descenso por los arcos del ayuntamiento. 
Dentro, los nazarenos formaban filas en torno a una Cruz, Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Soledad y de la Cruz. El primer paso en salir fue el de la Cruz Desnuda de Jerusalén, que con su característico caminar llenó el templo catedralicio del ruido de la madera al golpear contra el suelo de fría piedra. La Congregación del Muy Ilustre Cabildo de Caballeros y Escuderos de Nuestra Señora de la Soledad y de la Cruz se puso en marcha para dar sepultura al mesías en la impertérrita Iglesia del Salvador; aproximadamente unos 60 congregantes acompañaron este cortejo fúnebre tras el cuerpo inerte, sin vida de Cristo.
Sendas filas de enlutados nazarenos, portaban velas cuya luz daba calor e iluminaba el camino a la Madre para que en tan aciaga noche de frío y muerte sintiese el cálido abrazo de los nazarenos conquense. Todavía habían pequeños vestigios de la procesión anterior, encerrada casi al mismo tiempo de que saliese el Santo Entierro, por lo que se veían a cada lado de la vía fúnebre, nazarenos de túnicas moradas y amarillas que deseaban mostrar sus respetos a Cristo y a su madre. 
Hubo momentos de gran belleza durante el desfile, destacando la bajada por Alfonso VIII con sus verde hiedras que anhelaban acercar su ramas hacia las mejillas de la madre para secarle las lágrimas en tierna caricia: otro gran momento fue sin lugar a dudas la bajada por las curvas de la audiencia, donde la torre del Salvador indicaba el paradero del sepulcro, pero ¿acaso a un héroe caído no habría que mostrarlo a toda la ciudad? y paso a paso, en silencio, con la atenta mirada y la emoción del pueblo conquense este fúnebre cortejo se dirigía a la parte baja; no obstante el momento más sobrecogedor de esta triste noche fue la llegada de los tres pasos a la Iglesia del Salvador, quedándose la Cruz Desnuda de Jerusalén al lado de la Iglesia esperando a Cristo, desclavado de la cruz, que tras un miserere más emocionante que nunca y finalmente con los acordes del Himno de España, entró en el sepulcro de Piedra y forja, la madre, sola, rota por el dolor de la pérdida de un hijo, mirando a la cruz con un inmaculado sudario paró justo en frente del coro, y éste, con sus voces que rompieron el silencio trataron de consolar a la madre, pero su dolor, enorme, solo podía ser comparado con aquel dolor que sintió y siente una madre al perder a una hija. 
"El luto de la Congregación nunca fue vestido con mayor motivo que aquel que al mismo tiempo que se homenajea al Salvador muerto para nuestra salvación, se tiene en el recuerdo a un ángel que desde el cielo observa la Pasión".
Otro Santo Entierro emocionante que quedará grabado en la memoria nazarena durante mucho tiempo.


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